Con verbo preciso y conmovido, el ilustre Gran Imán de Al-Azhar —en un discurso pronunciado en su nombre por el embajador Osama Abdel Khalek, representante permanente de Egipto ante las Naciones Unidas— desveló la ilógica y errática naturaleza de esta perniciosa hostilidad contra el Islam, fustigando su papel deletéreo como amenaza de primer orden para la paz mundial. Su excelencia tuvo asimismo a bien expresar su profunda gratitud al secretario general de la ONU, el honorable Antonio Guterres, por sus declaraciones ecuánimes y justas respecto a la verdadera esencia del Islam, desmontando con su saber y nobleza los infundios y las groseras calumnias que desde hace tiempo lo mancillan.
En su docta disertación, el Gran Imán de Al-Azhar recordó a su auditorio que la misma raíz lingüística hermana las palabras ‘Islam’ y ‘salam’ —paz— en la noble lengua árabe, y en tal coincidencia reside una verdad ineludible: la doctrina coránica no es sino una prédica de misericordia, convivencia y fraternidad entre los pueblos, sin distinción de razas ni credos. El preclaro dignatario islámico apoyó su razonamiento con las palabras mismas del Sagrado Corán: «No te he enviado [¡Oh, Muḥammad!] Sino como misericordia para todos los seres» [Corán, 21:107], subrayando con ello el carácter benéfico y conciliador de la fe islámica.
Aseveró además que la historia, insobornable notario del devenir humano, acredita con evidencias irrefutables la vocación pacífica del Islam, pues sus adeptos han compartido durante siglos la existencia con hombres de credos diversos, rigiéndose por el postulado divino que proclama la libertad de creencia: «No hay coacción en las creencias religiosas» [Corán, 2:256]. La proverbial tolerancia del Islam no es, por ende, una argucia retórica, sino un hecho probado que iluminó con su esplendor tanto los confines de Oriente como las latitudes occidentales.
Con honda preocupación, el Gran Imán de Al-Azhar denunció el ascenso vertiginoso de la Islamofobia en los últimos tiempos, fenómeno azuzado por campañas insidiosas y discursos sectarios que, en su iniquidad, han tergiversado los preceptos coránicos para presentarlos como una doctrina de violencia y terror. Calificó de infamia sin parangón en la historia reciente la espuria acusación de que el Islam propugna el extremismo y la barbarie, refutando con vigor semejante falacia con la rotundidad de la aleya coránica: «¡Oh, seres humanos! Los he creado a partir de un hombre y de una mujer, y los congregué en pueblos y tribus para que se reconozcan los unos a los otros» [Corán, 49:13]. En tal precepto reposa el espíritu mismo del Islam: la concordia universal y la coexistencia armónica.
Su eminencia instó con vehemencia a combatir las proclamas inflamatorias que, al amparo de medios de comunicación y redes sociales, propagan la aversión irracional contra los musulmanes y atizan los rescoldos de la discordia. Apeló a la conciencia humana para exaltar los valores del diálogo y la tolerancia, impulsando la adopción de normativas y programas educativos que siembren en el corazón de las sociedades la semilla del respeto mutuo.
Proclamó, además, que el Islam impone como dogma ineludible el reconocimiento de la pluralidad religiosa y cultural como manifestación suprema de la voluntad divina: «Si tu Señor hubiera querido, habría hecho de todos los seres humanos una sola nación [de creyentes], [pero por Su sabiduría divina concedió al ser humano libre albedrío] y ellos no dejarán de discrepar [unos con otros]» [Corán, 11:118]. Por ello, luchar contra la Islamofobia no es una empresa de los musulmanes en exclusiva, sino un imperativo ético de todos aquellos que honran la justicia y la equidad.
Rememoró asimismo los denodados esfuerzos de la augusta Mezquita de Al-Azhar, —faro perenne del pensamiento islámico y baluarte de la moderación doctrinal— en pro del entendimiento entre Oriente y Occidente. Destacó, entre sus gestas más eminentes, la firma del Pacto de la Fraternidad Humana con el papa Francisco en el año de 2019 en Abu Dabi, hito señero en la historia del ecumenismo y la paz mundial. Señaló, además, la fundación del Observatorio de Al-Azhar contra el Extremismo, órgano consagrado a desmentir las tergiversaciones doctrinales y a escrutar los actos de violencia cometidos en nombre de una fe que los repudia categóricamente.
En la parte final de su discurso, el Gran Imán de Al-Azhar llamó con ardor a la creación de un marco jurídico internacional que defina con precisión el concepto de Islamofobia y registre con minuciosidad las agresiones que derivan de ella, a fin de implementar medidas que pongan freno a su insidiosa expansión. Solo así podrá restablecerse el equilibrio quebrantado y reemplazar el odio por la concordia, la sospecha por la confianza, la discordia por la fraternidad entre las naciones.
Concluyó su alocución con una solemne advertencia: la lucha contra la Islamofobia no se libra con palabras vanas ni con resoluciones inocuas, sino con acciones concretas en los campos de la educación, la legislación y la comunicación. Que los pueblos y los gobiernos unan sus fuerzas para desplegar un vasto mecanismo de supervisión y evaluación que mida la eficacia de las estrategias adoptadas contra este flagelo, y así edificar un mundo en el que ondee altivo el estandarte de la equidad y la paz. Tal es la misión que la historia demanda de esta generación; tal es el legado que debemos legar a la posteridad.