En tiempos donde los principios tropiezan ante el peso de los intereses, y donde las bocas se sellan bajo el yugo de la geopolítica, las palabras se marchitan y los silencios se vuelven cómplices. Gaza sangra. Y Europa, cuna autoproclamada de los derechos humanos, calla.
Pero el 5 de abril de 2025, desde Barcelona, una voz rompió ese silencio. Fue la de Josep Borrell, en su primer acto como presidente del Centro de Asuntos Internacionales de Barcelona (CIDOB). No habló con diplomacia vacía. Habló con el corazón lacerado de quien ha visto el rostro real del poder.
- Su discurso no fue un análisis político, sino una denuncia moral. Un espejo que retrata a una Europa que ha traicionado sus propios valores. Que defendió con firmeza a Ucrania frente a la invasión rusa, pero que mira hacia otro lado mientras Gaza es arrasada.
“La justicia no se trocea. Y el silencio frente al crimen es complicidad.”
Borrell señaló algo tan doloroso como verdadero: el intento sistemático de vaciar Gaza de su pueblo y transformarla en un terreno para la especulación del “día después”. Un nuevo colonialismo, vestido con el traje del neoliberalismo: tierra sin gente, para negocios sin alma.
Tampoco esquivó el tema tabú: el apoyo incondicional de Alemania a Israel, motivado por la culpa histórica del nazismo. Pero como dijo él mismo:
“No se expía un crimen cometiendo otro. No se lava una mancha ensangrentando otras manos.”
- También denunció el deterioro del derecho internacional. El recibimiento de Netanyahu en Hungría, ignorando la orden de arresto de la Corte Penal Internacional, es más que un gesto diplomático: es una burla al sistema de justicia global.
- La retirada de apoyo de varios países europeos a la CPI es, según Borrell, una “puñalada a los valores” que Europa decía defender. La evidencia está a la vista: el edificio moral de Occidente se está desmoronando.
Su voz, incómoda y sincera, es hoy un testimonio que incomoda a los poderosos, pero también una semilla de conciencia. Porque el abandono de Gaza no es un error político aislado: es una herida abierta en la carne del mundo.
Cada hospital bombardeado, cada niño asesinado, es un recordatorio de que la civilización no se mide por tratados ni por cumbres internacionales, sino por la capacidad de defender a los más vulnerables sin condiciones.
- La voz de Borrell puede que no cambie decisiones de Estado. Pero quedará como memoria de un tiempo en el que muy pocos se atrevieron a decir lo que todos sabían.
- ¿Y tú qué opinas? ¿Europa ha perdido su autoridad moral?
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- No olvides etiquetar a quienes todavía creen que los derechos humanos deben ser universales.